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Sobre Felipe García Quintero -Una lectura- por Zeuxis Vargas

Hace años cuando estuve en una de las presentaciones de Ponqué y otros cuentos de Carolina Sanín, recuerdo haberle preguntado si su libro obedecía a algún esquema. Su respuesta fue que no, que no siempre se escribía teniendo claro qué libro se buscaba, que muchas veces sólo se trataba de escribir y luego reunir. Al parecer, Sanín quería dar entender que había optado por una libertad total y que el nombre Ponqué, que yo sospechaba como metáfora de una torta de cuentos fraccionada, no tenía nada que ver con aquel resultado final que era el libro.
La posición estética de la escritora me parece válida, y opera de cierta forma como un acto transgresor, si podemos entenderlo así, del antiguo procedimiento para crear un volumen de poesía, cuento, ensayo, entre otros.
Lo cierto es que, para mí, la elaboración meticulosa y creativa de un artilugio para leer me seduce mucho más que la mera factoría de la recolección. Los más grandes escritos que he leído gozan de esta particularidad. Son piezas de maquinaria únicas, laberintos en algunas ocasiones, divertimientos en otras, pequeñas cajas de herramientas o proyectos lúcidos de una galaxia reveladora.
En Los Cuatro cuartetos o Trilce se halla esa intrincada relojería. Que no sólo nos presenta una joya de la literatura como obra artística en suma sino además que en su pliegue de singularidad lingüística explora una formulación que ha de ser repensada para poder individualizarla y clasificarla dentro de la historia misma.
En Colombia, quienes mejor hicieron esta labor de hacer poemarios redondos y desmontables como artefactos de magia, fueron los hijos del modernismo y la vanguardia; Aurelio Arturo, al soltar al aire todo un aprisco de recuerdos de la casa total o Héctor Rojas Herazo al trazar la topografía de la úlcera humana. Estos bardos, urdieron la primera industria de un legado perspicaz, repleto de opciones.
Los grandes poetas no piensan en escribir poemas, el gran poeta, el que se hunde en su propio cataclismo léxico, es un minero de universos poéticos. Los grandes poetas buscan filones o construyen laberintos, no ladrillos que luego sirven para levantar una pared.
Claro está que el modelado y cocido de bloques de terracota es tan necesario como el hecho de levantar muros o crear palacios. Todo poeta debe untarse las manos y experimentar con diferentes materiales para ir, en el proceso, adquiriendo destreza en el uso de un diccionario propio que proteja su lugar en el mundo.
A veces las reivindicaciones son hacia adentro, hacia el recuerdo, otras hacia el pensamiento, hacia el filosofar de la condición humana y en contadas ocasiones establecen eso que podría denominarse como juegos de objetos inútiles que sólo se les encuentra servicio al amparo y cuidado de ojos hedonistas.
La poesía actual en Colombia está comenzando a vertebrar perspectivas estéticas muy llamativas y auténticas. Al articular desde la contra-cultura los dispositivos plásticos y digitales, la juventud artística en Colombia ha iniciado un periodo de restauración con el diseño y la edición de libros.
Más allá de estos lares que circundan dentro de la gracia globalizadora, se puede observar un pequeño clan de poetas ascetas, que, como los antiguos monjes de las leyendas chinas, desde sus moradas recónditas, allá entre el bosque de bambúes o cerezos, postulan, ajenos a las bondades de la contemporaneidad, tesoros forjados en frágiles papiros.
Uno de los casos más notorios es quizá el poemario Rengo, de Felipe García Quintero. Hay en este poema fraccionado, toda una teoría hecha al margen, pero que es tradición y vanguardia al mismo tiempo.
El esquema que cautiva en Rengo, no sólo se erige en la re-creación de un signo poético, ese escribir a tumbos, sino que delimita dos opciones de evocación. La una que pedalea un poema dentado hacia la restitución y la otra que expone una serie de decálogos que sirven para nombrar todos los objetos. Al final, el poemario, ese increíble armazón que rememora la infancia, se cierra con la memoria de las piedras “redondas y calladas como un rebaño cuando pasta”, y que, esto es spoiler, avistamos al principio del tiempo poético; tal artilugio sirve como cuña para inaugurar y cerrar los poemas nubes-espadas.
Forma y contenido, genialidad y lúdica confluyen en este delgado opúsculo. Vale leer este tratado que es todo un homenaje al arte de la composición de libros de poesía. Estoy seguro que “tras el rumor, el horizonte -de este poemario, dejará- su esquela”.
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Idealizada por Thomaz Albornoz Neves, a chancela tan ed. reúne títulos  de autores cisplatinos e afins. São obras de fotografia, arte, poesia, ensaio e relato escritas em português e espanhol (com alguma pitada de portunhol). O empreendimento é solitário, sazonal e sem fins lucrativos. Os livros têm a mesma identidade gráfica e são, na sua maioria, ilustrados com desenhos do editor. A tiragem varia entre 75 e 300 exemplares numerados.